« A principios de junio de 1999, leímos en el periódico que los familiares de las víctimas estaban siendo invitados a visitar la biblioteca del instituto, donde la mayoría de los chicos habían muerto, antes de que comenzara a ser reformada.
Sabía que Dylan nunca podría ser considerado una víctima de Columbine, así que entendimos por qué no se habían puesto en contacto con nosotros. Aun así necesitábamos ver el lugar en el que Dylan había acabado con su vida y con la de muchos otros. Nuestro abogado habló con la oficina del sheriff y concertó una visita.
El instituto aún era un escenario del crimen. En cuanto vi la cinta amarilla, el corazón comenzó a retumbarme en el pecho. Mientras caminábamos por los pasillos veíamos a los obreros reparando los daños causados por Dylan y Eric. Las manchas negras de hollín en la moqueta, en las paredes y en el techo indicaban los lugares en los que habían lanzado pequeños explosivos mientras merodeaban por el instituto. Se habían quitado los paneles del techo, así como algunas partes de la moqueta. Láminas de plástico cubrían las ventanas que habían quedado hechas añicos. Ni por primera ni por última vez, me quedé perpleja ante la magnitud de los daños que mi hijo había causado. Los obreros bajaban la vista hacia nosotros desde sus escaleras de mano, y yo me preguntaba si sabrían quiénes éramos.
Las puertas de la biblioteca estaban cerradas, cubiertas con una lamina de plástico y rodeadas con cinta de seguridad amarilla. Antes de acceder, los agentes nos dijeron que estábamos allí únicamente para ver dónde había muerto nuestro hijo, nada más. Me sentí agradecida por la profesionalidad de la policía y por el respeto que mostraron ante todas las víctimas.
Temblaba cuando entré. En mi constante búsqueda de respuestas, quería creer que ver el lugar en el que Dylan y los demás habían muerto me proporcionaría una revelación, algún tipo de conocimiento. Esperaba que al adentrarme en aquella estancia podría llegar a comprender algo fundamental sobre los acontecimientos de aquel día y sobre el estado mental de Dylan, e intenté dejar mi pena a un lado para así poder percibir la verdad que llenaba aquel espacio.
En el instante en que entré en la biblioteca, todo quedó en silencio. Ya no se oía a los obreros realizando las reparaciones en el pasillo. Tan solo sentí dos cosas antes de que las lágrimas se apoderaran de mí. Sentí la presencia de niños y sentí paz.
La policía nos condujo hasta el lugar en el que Eric y Dylan habían vuelto las armas contra sí mismos. Se me encogió el corazón cuando vi la silueta larga, delgada y angulosa marcada en el suelo. Era evidente que se trataba de Dylan; tenía su mismo aspecto. Mis lágrimas salpicaron el suelo. Byron puso su mano sobre mi espalda para apaciguarme mientras me arrodillaba junto a la silueta de mi hijo y tocaba la moqueta sobre la que permaneció su cuerpo al desplomarse. »
– Fragmento de: “A Mother’s Reckoning” por Sue Klebold.
1 comentarios:
seria genial si pudieran traducir el libro de sue klebold me gustria poder leerlo
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