El relato de Dylan Klebold

Dylan Klebold escribió esta historia como tarea para la asignatura de escritura creativa durante finales de febrero de 1999. Judith Kelly, la profesora que impartía esa clase, se mostró preocupada por el contenido de la misma y habló sobre ella tanto con Dylan, quien dijo que solo era ficción, como con sus padres y el orientador escolar.

El narrador de la historia presencia los asesinatos de un grupo de estudiantes a manos de un hombre zurdo que mide 1,93m y viste una gabardina negra. Dylan también era zurdo, media 1,93m y utilizaba una gabardina negra habitualmente.

Dylan Klebold en uno de sus vídeos caseros

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La ciudad, incluso a la 1:00 AM, estaba bulliciosa y llena de actividad mientras el hombre vestido de negro caminaba por las calles vacías… Lo más reconocible del individuo era el ruido de sus pisadas. Detrás de las conversaciones y ruidos de la ciudad, ni un sonido salía de él, excepto el de sus profundos y monótonos pasos, combinado con el tintineo de las cadenas de su cinturón al golpear no solo las dos armas visibles en sus pistoleras, sino también el gran cuchillo Bowie, colgado en espera para ser usado.

El sombrero de ala ancha arrojaba una sombra negra como el carbón sobre su ya tenuemente iluminado rostro. Llevaba guantes negros, con unos pinchos de metal sobre los nudillos. Un largo abrigo negro cubría la mayor parte de su cuerpo, con pequeñas filas de pinchos metálicos de media pulgada sobre las secciones superiores de los hombros, brazos y espalda. Sus botas estaban recién pulidas y no parecían demasiado usadas. Llevaba una bolsa de lona negra en su mano derecha. Aparentemente había aparcado un coche cerca y parecía listo para una pequeño enfrentamiento con quienquiera que se cruzara en su camino.

Nunca había visto a nadie con este enfoque a lo Mad Max en la ciudad, especialmente desde que los cerditos¹ habían sido llamados recientemente a esta parte de la misma por una serie de crímenes. Aun así, en medio de la vida nocturna en el centro de la urbe de tamaño medio, este hombre caminaba, alimentado por algún propósito indeterminado, lo que los cristianos llamarían el mal.

Las armas que colgaban de su cinturón parecían ser pistolas automáticas, colocadas sobre hileras de cargadores y cartuchos. Fumaba un cigarrillo y un aroma a girofles emanaba de su aura. Medía alrededor de 1 metro y 93 centímetros y tenía un cuerpo fuerte. Su rostro estaba totalmente en la sombra y, aunque no podía ver sus expresiones, podía sentir su ira, cortando el aire como una cuchilla.

Parecía saber por dónde caminaba y notó mi presencia, pero no prestó atención mientras siguió andando hacia un bar popular. El Watering Hole². Se detuvo a unos 10 metros de la puerta y esperó. “¿A quién”, me pregunté, mientras los veía salir. Debía conocer bien sus hábitos, ya que aparecieron menos de un minuto después de que dejara de caminar. Un grupo de preuniversitarios, unos nueve, se pararon en seco. Un par de ellos estaban ligeramente borrachos, el resto sobrios. Se detuvieron y se quedaron mirando fijamente. Las farolas que alumbraban el bar y la acera me mostraban una visión clara de su mirada fija, llena de parálisis y miedo. Sabían quién era y por qué estaba allí.

El segundo más grande habló “¿Qué estás haciendo tío? … ¿Por qué estás aquí…?” El hombre de negro no dijo nada, pero incluso desde la distancia, podía sentir su furia creciendo. “¿Aún querías una pelea, eh? Me refería a una sin armas, solo pelea a puñetazos… ¡¡Vamos, aparte las armas, puto miedica!!” dijo el más grande con voz temblorosa intentando aparentar valentía. Se podía escuchar a los otros murmurando al fondo; “Bonita gabardina tío, está genial…”“Solo estábamos bromeando el otro día, cálmate tío…”“Yo no hice nada, ¡¡fueron ellos!!”“Vamos tío, no nos vas a disparar, estamos en mitad de un lugar público…”.

Sin embargo, el comentario que más recuerdo fue pronunciado por el más pequeño del grupo, obviamente un capullo arrogante y sediento de poder. “¡Adelante tío! ¡¡¡Dispárame!!! ¡¡Quiero que me dispares!! Jejeje, ¡¡no lo harás!! Maldito cobardica…”. Era un sonido leve al principio, pero creció en intensidad y fuerza mientras escuchaba al hombre reír. Esta risa habría dado escalofríos a Satán en el infierno. Durante casi medio minuto, esta risa generada en el lugar más poderoso concebible, llenó el aire y atravesó toda la ciudad y el mundo entero. La actividad en la ciudad se detuvo y toda la atención se dirigió a este hombre.

Uno de los preuniversitarios comenzó a retroceder lentamente. Antes de que pudiera ver una reacción de los demás, el hombre dejó caer su bolsa de lona y sacó una de las pistolas con su mano izquierda. Hubo tres disparos. Tres disparos que alcanzaron al chico más grande en la cabeza. La luz de las farolas se reflejó visiblemente en las gotas de sangre que salieron volando de su cráneo. Las salpicaduras de sangre bañaron a los demás preuniversitarios, que estaban demasiado paralizados para correr.

Los siguientes cuatro no fueron ejecutados tan sistemáticamente, sino con más rabia desde el cañón en la mano del hombre que la que debería tener un soldado cumpliendo con su deber. El hombre descargó una de las pistolas sobre la parte delantera de estos cuatro inocentes, cuyos cuerpos sin vida cayeron al suelo con extraordinaria velocidad. Los disparos se sentían tanto como se oían.

Sacó su otra pistola y, sin cambiar su mirada mortífera, ni apartarla de las otras cuatro víctimas que quedaban, apuntó con el arma hacia un lado y efectuó unos 8 disparos. Estas balas acribillaron a lo que, una vez muerto, identifiqué como un policía armado encubierto. A continuación vació el cargador sobre dos de los estudiantes. Luego, en lugar de recargar y terminar la tarea, dejó las armas y sacó el cuchillo. La hoja del mismo se alzaba enorme, incluso sobre su gran mango.

Me percaté de que uno de los dos que todavía estaban vivos era el más pequeño de la pandilla, que había mojado sus pantalones y estaba hiperventilando de miedo. El otro intentó embestir al hombre, esperando que sus habilidades en placajes de fútbol americano salvasen su vida. El hombre lo esquivó y le dio dos rápidas cuchilladas. Vi un pequeño chorro de sangre cayendo en cascada de su vientre salpicando el cemento. La herida de su cabeza era casi igual de grave, mientras la sombras provocadas por la iluminación del bar mostraban la sangre que goteaba de su cara.

El último, el más pequeño, intento correr. El hombre rápidamente recargó y le disparó en la parte baja de la pierna. Cayó de inmediato y gritó de dolor. Entonces el hombre sacó de la bolsa de lona lo que parecía ser algún tipo de aparato electrónico. Le vi ajustar los diales y apretar un botón. Escuché una distante pero poderosa explosión. Supuse que a unos 10 kilómetros. Luego otra tuvo lugar más cerca. Tras recordar aquella noche muchas veces, finalmente entendí que eran distracciones para atraer a los policías.

El último preuniversitario estaba llorando a gritos e intentando alejarse a rastras. El hombre se acercó por detrás. Recuerdo bien el sonido del impacto. El hombre se puso encima de él y le golpeó en la cabeza con su mano izquierda. La pieza de metal hizo su trabajo ya que vi cómo su mano se hundió 5 centímetros en el cráneo del chico. El hombre sacó el brazo y se levantó, quedándose inmóvil durante un minuto.

La ciudad estaba totalmente en silencio, excepto por el lejano sonido de las sirenas de policía. El hombre recogió su bolsa y sus cargadores y procedió a volver caminando por donde había venido. Yo estaba quieto, mientras él venía otra vez hacia donde me encontraba. Se detuvo y me miró de una manera que nunca olvidaré. Si pudiera apersonar una sensación de Dios, habría tenido el aspecto de este hombre. No solo lo vi en su cara, sino que también sentí cómo de él emanaba poder, autosuficiencia, consumación y divinidad. El hombre sonrió y, en ese instante, sin que me supusiera ningún esfuerzo, comprendí sus acciones.

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La profesora Judith Kelly escribió las siguientes anotaciones en la hoja de la redacción:

Dylan, 

Me disgusta tu uso de lenguaje soez. En clase ya hemos hablado de cómo abordar la utilización de *! *!³ 

También me gustaría hablar contigo sobre la historia antes de ponerte nota. Eres un escritor/narrador excelente, pero tengo algunos problemas con esta en concreto.

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¹
Forma despectiva para referirse a la policía.
² La traducción del nombre sería “antro” o “bar de mala muerte”.
³ La profesora hace referencia a sustituir las palabrotas por un asterisco (*).


Esta página está dedicada a todos aquellos que resultaron heridos o murieron en el tiroteo que tuvo lugar en el instituto Columbine en Littleton, Colorado, el 20 de abril de 1999. Esta web trata sobre los hechos que tuvieron lugar ese día, da una escueta mirada a la realidad de las acciones de Eric Harris y Dylan Klebold y las consecuencias que éstas tuvieron.

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