Enseñé en Columbine. Es hora de contar mi verdad.

Por Judith Kelly / 19 de abril de 2019

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Veinte años después del tiroteo en Columbine, una antigua profesora lidia con las señales de advertencia. Judith Kelly es una profesora de lengua y humanidades ya jubilada que enseñó en el Instituto Columbine durante más de 20 años.

Judith Kelly
Este mes, hace veinte años, me estaba escondiendo en el sótano de una casa situada en frente del aparcamiento del instituto en el que daba clases, intentando consolar a los estudiantes que había conseguido hacer salir de la cafetería del centro cuando el eco de los primeros disparos llegó desde más allá de las ventanas situadas al oeste de la sala. Juntos habíamos echado una carrera a la desesperada, primero hasta una de las aulas y luego, cuando parecía que los disparos errantes se acercaban, corrimos al exterior en dirección a la primera casa que pudimos alcanzar. Aquella tarde está grabada a fuego en mi memoria, de esa manera particular y característica de las experiencias traumáticas, y recuerdo bien el momento en que supe cuál era mi lugar en toda aquella historia.

Fue cuando otro estudiante se unió a nuestro estupefacto grupo tras lo que debió ser su propia y horrible carrera a toda velocidad sobre el asfalto. Sabía quiénes eran los perpetradores: Eric Harris y Dylan Klebold, dos de mis alumnos. Aunque conocía a Eric un poco, al oír el segundo nombre fue como si me hubiera caído un jarro de agua fría porque, semanas antes, Dylan había escrito un relato corto cruel y violento. Ese relato es ahora parte de la historia, parte de cómo entendemos las señales de advertencia. Y es por el bien de la historia por lo que escribo esto ahora, 20 años después – porque en los últimos años las mentiras han empezado a reemplazar nuestros conocimientos sobre lo que pasó en Columbine y el porqué sucedió.

Es uno de los rituales de los profesores de lengua y literatura, una tarde domingo y una pila de trabajos sin calificar que hay que superar antes de la mañana siguiente, y eso es lo que estaba haciendo cuando me encontré con la historia por primera vez. Fue pocas semanas antes del tiroteo y, aquel domingo en particular, estaba hojeando los relatos cortos escritos por los alumnos de último curso de mi asignatura de escritura creativa. En ocasiones, los recuerdos se quedan grabados en nuestra consciencia por las fuertes emociones que nos provocan, y cuando llegué al final de la historia, hice una pausa, horrorizada. Dylan Klebold había escrito sobre una “figura parecida a un dios” vestida de negro que mataba a tiros brutalmente a un grupo de estudiantes preuniversitarios. Como profesora de literatura, me percato de los simbolismos. El narrador parecía deleitarse con la violencia gráfica que estaba describiendo, el pasaje final era especialmente inquietante, en él Dylan expresaba una flagrante fascinación y reverencia por el asesino.

“Si pudiera apersonar una sensación de Dios, habría tenido el aspecto de este hombre” escribió Dylan. “No solo lo vi en su cara, sino que también sentí cómo de él emanaba poder, autosuficiencia, consumación y divinidad. El hombre sonrió y, en ese instante, sin que me supusiera ningún esfuerzo, comprendí sus acciones”. En la parte inferior de la hoja escribí: “Me gustaría hablar contigo sobre el relato antes de ponerle nota. Eres un escritor/narrador de historias excelente, pero tengo algunos problemas con esta”.

Esos problemas me inquietaron a lo largo de la noche y la mañana siguiente, y lo primero que hice cuando llegué al instituto fue llamar al asesor académico de Dylan. Dejé un mensaje: Le enseñaría un “trabajo problemático” y hablaría con Dylan sobre mis preocupaciones. Cuando hablé con Dylan sobre la naturaleza y el tono de su espantosa historia, el alto y desgarbado joven se encogió de hombros y me respondió: “Solo es una historia”.

Pero para mí no era solo una historia. Cuando llegó mi primera hora libre, llevé una copia de la misma al asesor y le conté mis preocupaciones. Más tarde llamó a Dylan para hacerle una evaluación y hablaron, salió de la reunión pensando que Dylan tenía planes de ir a la universidad. Por aquel entonces no había una hoja de ruta sobre qué hacer en estas situaciones.

Más tarde tuve la oportunidad de hablar con los padres de Dylan, Sue y Tom Klebold, en una reunión de padres y profesores. Normalmente, debido a nuestro tamaño, el departamento de lengua se reunía en la cafetería. Ese año, sin embargo, se nos asignó el pasillo de ciencias, donde tan solo una semanas más tarde mi compañero Dave Sanders – que salvó mi vida y la de cientos más reconociendo aquellos primeros disparos como lo que realmente eran e irrumpiendo en la cafetería para avisarnos – sería herido de muerte, quizá por el propio Dylan. (Puesto que Dave presentaba dos heridas con orificios tanto de entrada como de salida y se encontraron casquillos de ambos asesinos en el pasillo, es imposible determinar quién lo mató).

Estaba sentada en un pequeño pupitre cuando los Klebold vinieron a hablar conmigo. Debido a que nunca había leído un trabajo de ningún alumno parecido al de Dylan, recuerdo claramente que lo primero que les dije fue: “Os tengo que hablar sobre una historia que ha escrito Dylan”.

Recuerdo la palabra que utilicé para describir el horror que sentí cuando leí el trabajo de su hijo: visceral. Les hablé del contenido de la historia, las alarmantes imágenes de la gente siendo acribillada a balazos. Les hablé del estilo perturbador. Les conté que había hecho una copia y se la había dado al consejero académico de Dylan, quien también estaba en la reunión.

Recuerdo sentirme consternada cuando el señor Klebold inmediatamente cambió la conversación a un debate intelectual y filosófico sobre los adolescentes de hoy en día. Recuerdo que me sorprendió que no me preguntaran más. Debido a mi fuerte preocupación por el relato de Dylan y a lo firme que fui al respecto, recuerdo haber tenido la expectativa de que al menos hablarían con el consejero aquella noche.

Tras el tiroteo, compartí mis aún recientes recuerdos con los cuerpos policiales. Primero con un policía local en el amparo de aquel sótano, mientras el equipo SWAT aún estaba en el instituto y el caos nos rodeaba por todas partes, y más tarde con el FBI y la Patrulla Estatal. Mis recuerdos están ahí en los documentos oficiales, escritos a a mano por mí y también en las palabras de los agentes: “(Judith Kelly) También declaró que habló detenidamente con los padres de Klebold sobre una historia inquietante que había entregado. Declaró que no parecieron preocupados e hicieron un comentario sobre intentar entender a los chicos hoy en día”.

Solo la verdad puede traer la curación y el entendimiento necesarios para buscarle sentido a lo que sucedió en Columbine. Escribo ahora, a regañadientes pero también sintiendo que no tengo otra alternativa, en espíritu de la verdad – por el bien de la historia y, más personalmente, por Dave Sanders, por mis estudiantes Anne Marie Hochhalter y Richard Castaldo que resultaron seriamente heridos, por Lauren Townsend, a quien una vez hice de guía en un viaje escolar, y por todas las demás víctimas del 20 de abril de 1999. Escribo por mis propias hijas, que vivieron mi desolación por la tragedia y luego cargaron con mi incredulidad y desesperación al leer y escuchar la historia revisionista de la madre de Dylan, quien no solo reescribe lo que de verdad sucedió hace 20 años, sino que ha ido cambiando cada vez que la cuenta.

La señora Klebold ha soportado lo insoportable, y fue difícil no simpatizar con una madre en un duelo como el suyo. Pero no estaba preparada para leer su versión de nuestra reunión, publicada en la revista O en 2009, una década después del tiroteo. En ella escribió que en la reunión entre padres y profesores no describí los contenidos de la historia que me estremecido tanto, y que me había limitado a decir que era “perturbadora”. En esta versión, la madre de Dylan asegura haber pedido una copia que nunca recibió. Estaba estupefacta. Desde el momento en que leí el relato y me pareció problemático, le entregué una copia del mismo al asesor de inmediato, antes de que los tres siquiera nos hubiéramos sentado a hablar. También me habría asegurado de proporcionarles una copia a ellos si me la hubieran pedido.

Me volví a quedar estupefacta cuando la señora Klebold apareció con una colección ampliada de declaraciones en su autobiografía de 2016, A Mother’s Reckoning: Living in the Aftermath of Tragedy. Ahora la madre de Dylan recordaba que tanto ella como su marido solo habían “preguntado por los detalles” de la historia en lugar de por la propia historia. Asegura que describí el relato como “impactante” pero me abstuve de ir más allá, diciendo solo que “contenía una temática oscura y algunas palabrotas”. Escribe que, en lugar de proporcionar cualquier detalle, tomé la extraña decisión de explicar qué es y qué no es apropiado en una historia corta – explicando qué estaba tan mal en el contenido de la redacción de Dylan – describiendo el contenido de otro trabajo completamente diferente realizado por otro estudiante totalmente distinto: Eric Harris. Yo nunca habría conversado con ningún padre sobre los escritos de otro estudiante de esa manera, simplemente por una cuestión de ética.

A Mother’s Reckoning continúa planteando que los Klebold me preguntaron si debían preocuparse – y sostiene que dije que “creía que todo estaba bajo control”, que había pedido a Dylan que reescribiera la historia y que “planeaba mostrar la original al asesor académico de Dylan”, de nuevo contradiciendo lo que tanto yo como el asesor testificamos que había sucedido. En el libro se dice que les prometí que llamaría si pensaba que el relato suponía “un problema”, a pesar de que ya lo había pensado y ya se lo había dicho desde un principio. Según la explicación de la propia señora Klebold ya les había contado todo eso.

Todos estos años he permanecido en silencio pero profundamente dolida. No tengo ninguna razón para no ser más que sincera, y algunos de los momentos más benévolos de la narración de la señora Klebold sí que sucedieron: en reuniones hablé con la pareja sobre una novela que le había enseñado a su hijo, Oración por Owen de John Irving – un libro que me encanta y uno de los más importantes sobre los que he dado clase. En él, Irving escribe: “Si algo te importa tienes que protegerlo”. Ahora, en el 20º aniversario de la tragedia de Columbine, escribo esta rememoración porque me preocupo por la verdad y debo protegerla – tanto para mí misma como para el registro histórico, mientras que como país continuamos luchando contra la proliferación de estos horribles tiroteos. Tengo dolorosos recuerdos de asistir a los funerales de las víctimas, de hablar en el de Dave Sanders “en nombre de los estudiantes que estaban en la cafetería” y de darle las gracias a su familia por su valentía. Lloré la muerte de Lauren Townsend, quien había estado a mi cargo cuando acompañé a un grupo de estudiantes a las islas británicas. Lloré la muerte de los que habían fallecido y recordé con gran tristeza mi encuentro con los Klebold.

Durante el año siguiente, Anne Marie Hochhalter, cuya madre se suicidó tras el tiroteo, estaba sentada en su silla de ruedas en mi clase de humanidades. Estaba allí con Richard Castaldo, también en una silla de ruedas, mientras estudiábamos Hamlet y Mozart, Dante y danza, cultura de élite ante el sufrimiento. Ayudé al instituto a pedir un ordenador con reconocimiento de voz para Richard, me senté después de clases mientras uno de mis alumnos lloraba al ver aquellas sillas de ruedas y por haberse marchado durante la hora del almuerzo el día del tiroteo. Sentía que podría haber sido un defensor, el caballero arquetípico, de haber estado en el instituto. Nunca olvidaré a ese joven cuya angustia también está grabada en mi memoria. Continué enseñando en Columbine durante otros siete años y me marché después de más de dos décadas allí, sacando fuerzas de mis estudiantes mientras también los reconfortaba, todos aún traumatizados por lo que habíamos presenciado pero curándonos juntos.

“Columbine” ahora es una marca, un indicador, un símbolo, un suceso, un verbo, una metáfora, una etiqueta. Definitivamente fue el acontecimiento que cambió todo y puso en marcha la discusión sobre el protocolo para los tiroteos escolares – lo que la madre de Dylan llama directrices de “evaluación de amenazas”. Y escribo hoy no para culpar, sino para aportar otra voz para aquellos que, en el futuro, estudien la violencia escolar. Escribo para proteger la verdad, porque “Columbine” es ahora parte de la historia, y para hacerle justicia a aquellos que murieron y a aquellos que aún viven con ese dolor, nunca debemos apartar la mirada de todas sus realidades.

– Judith Kelly


Esta página está dedicada a todos aquellos que resultaron heridos o murieron en el tiroteo que tuvo lugar en el instituto Columbine en Littleton, Colorado, el 20 de abril de 1999. Esta web trata sobre los hechos que tuvieron lugar ese día, da una escueta mirada a la realidad de las acciones de Eric Harris y Dylan Klebold y las consecuencias que éstas tuvieron.

Si has llegado aquí buscando información sobre la masacre del instituto Columbine porque estás investigando o simplemente porque quieres saber lo que pasó, sé bienvenido.